Evangelio del 6 de mayo del 2025 según san Juan 6, 30-35

Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 7, 51 — 8, 1a
En aquellos días, dijo Esteban al pueblo y a los ancianos y escribas:
«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles y no la habéis observado».
Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
«Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
«Señor Jesús, recibe mi espíritu».
Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo:
«Señor, no les tengas en cuenta este pecado».
Y, con estas palabras, murió.
Saulo aprobaba su ejecución.
Salmo de hoy
Salmo 30. 3cd-4. 6 y 7b y 8a. 17 y 21ab R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu
Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R/.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 30-35
En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”».
Jesús les replicó:
«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
Reflexión
Una vez más, el Evangelio en este caso el pasaje Juan 6, 30-35, nos pone frente al espejo. Jesús acaba de alimentar a una multitud y, sin embargo, le exigen otra señal. No les basta el milagro: quieren más. Quieren que repita el show. Como si la fe fuera un espectáculo de fuegos artificiales o como si Dios tuviera que probarse ante el tribunal del capricho humano.
“¿Qué signo haces tú?”, le preguntan. Como si no supieran. Como si no hubieran visto. Como si el pan multiplicado, los enfermos sanados y las palabras de vida no fueran suficientes. Piden señales, pero no quieren compromiso. Exigen pruebas, pero no están dispuestos a seguirlo si el camino deja de ser cómodo.
Jesús no se deja manipular. No cae en la trampa del aplauso fácil. Les devuelve la verdad con toda claridad: “No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo”. Y remata con una declaración que incomoda a los tibios: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.
Muchos hoy siguen buscando un Dios que les solucione los problemas, pero no un Dios que los confronte. Quieren pan, pero no cruz. Quieren consuelo, pero sin conversión. Y cuando Jesús no se acomoda a sus demandas, simplemente lo dejan, lo ignoran o lo cambian por cualquier pan rancio que les ofrezca el mundo.
El Evangelio de hoy es un golpe directo a la fe superficial, esa que se activa solo cuando hay necesidad o desesperación, pero que no sabe perseverar ni confiar cuando el milagro no llega como uno quiere. Jesús no es proveedor de antojos: es el Pan de Vida. No alimenta el ego, alimenta el alma.
Por eso, la pregunta incómoda que este texto nos deja es: ¿quiero a Jesús… o solo lo que me da? Porque si solo lo busco cuando tengo hambre, tal vez no es fe, sino conveniencia. Y si no me sacia lo que Él ofrece, tal vez es porque estoy llenando mi vida con migajas que no nutren.