Iglesia entre la luz y la sombra

La herencia de Paglia: entre la distorsión doctrinal y la confusión eclesial

Cuando el Papa León XIV decidió reemplazar a Monseñor Vincenzo Paglia como Gran Canciller del Instituto Juan Pablo II, muchos respiraron aliviados. No era una simple rotación administrativa, sino el cierre de un capítulo cargado de ambigüedad doctrinal, polémicas visuales, y decisiones que pusieron en jaque los principios más elementales de la moral católica. La sustitución fue interpretada no como un gesto simbólico, sino como un acto necesario para intentar reparar los daños provocados por una de las gestiones más cuestionadas dentro de la estructura eclesial contemporánea.

Uno de los capítulos más infames de su trayectoria fue el encargo del mural en la catedral de Terni. Con figuras de clara connotación homoerótica y la presencia del propio Paglia retratado abrazando a otro hombre desnudo, la obra no solo escandalizó a los fieles, sino que rompió con todo criterio de prudencia pastoral y estética sagrada. La intención, según el artista, era erótica —aunque no sexual— y contaba con el visto bueno del entonces obispo. Así, el templo dejó de ser un lugar de recogimiento para convertirse en una galería provocadora, donde el Juicio Final parecía reinterpretado desde un guion de militancia ideológica.

Como si esto no bastara, Paglia también dejó su huella en la arena bioética. Al frente de la Pontificia Academia para la Vida, eliminó el requisito de fidelidad explícita al magisterio sobre la defensa de la vida y permitió el ingreso de académicos con posturas abiertamente proaborto. Un giro que, más que promover el diálogo interdisciplinario, introdujo una cacofonía teológica que debilitó la autoridad moral de la institución.

Sus declaraciones sobre la Ley 194 en Italia, que legaliza el aborto, completan el retrato. Llamarla “un pilar de nuestra vida social” fue, para muchos, una traición directa al legado de defensa de la vida que la Iglesia ha sostenido incluso en contextos hostiles. La frase, ambigua o no, fue suficiente para que sectores provida alzaran la voz contra quien parecía más preocupado por quedar bien con el pensamiento dominante que por custodiar el Evangelio.

La situación alcanzó un punto de quiebre en el Instituto Juan Pablo II. Profesores fieles a la moral tradicional fueron removidos. El contenido fue reestructurado bajo la lógica de la “inclusividad”, pero a costa de la claridad doctrinal. Lejos de promover un desarrollo teológico armónico, se impuso una lógica de ruptura y discontinuidad. Así, la institución que debía custodiar el pensamiento de uno de los papas más sólidos del siglo XX, se transformó en un laboratorio experimental de relativismo teológico.

La llegada del Papa León XIV, y su decisión de sustituir a Paglia por el cardenal Baldassare Reina, puede entenderse como un intento de reorientar el rumbo. No se trata de una vendetta interna, sino de una restauración necesaria. Porque cuando el arte, la moral y la teología se convierten en herramientas para sembrar confusión en lugar de edificar, es deber del pastor corregir el rumbo antes de que el rebaño se disperse.

Lo que deja Paglia no es un legado, sino un expediente. Uno cargado de decisiones que debilitaron la credibilidad, sembraron divisiones y pusieron en riesgo el testimonio coherente de la Iglesia en temas esenciales. Si algo enseña esta etapa, es que la creatividad sin doctrina, el diálogo sin convicciones y la compasión sin verdad son rutas que no llevan al Evangelio, sino a su caricatura.

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