El Papa: En un mundo atormentado por la guerra, la unidad juega un rol vital

Resumen de la noticia
Con motivo del 500 aniversario de la fundación del movimiento Anabaptista en Zúrich, el Papa León XIV envió un mensaje en inglés a sus miembros, subrayando la importancia de “purificar la memoria” para curar heridas históricas y “construir un nuevo futuro a través del coraje de amar”. El Pontífice destacó que solo mediante un esfuerzo sincero de reconciliación y amor, el diálogo teológico y pastoral puede dar frutos duraderos. Invitó a católicos y menonitas —la rama más numerosa de los anabaptistas— a profundizar sus relaciones y a vivir el mandamiento del amor, recordando que la historia compartida entre ambos grupos ha estado marcada por episodios dolorosos. Finalmente, en un mundo marcado por guerras y divisiones, el Papa insistió en que la unidad cristiana es fundamental para un testimonio auténtico de la paz.
Editorial
¡Qué tentador resulta quedarse en el romanticismo de los grandes discursos sobre unidad y amor! Es fácil proclamar que debemos “sanar las heridas del pasado” y “construir un nuevo futuro a través del coraje de amar”, pero la realidad rara vez se deja transformar por consignas bienintencionadas. El mensaje del Papa León XIV al movimiento anabaptista por sus 500 años es, sin duda, elegante y diplomático; habla de diálogo, de purificar la memoria, de unidad en un mundo marcado por la guerra. Palabras bonitas, de esas que quedan muy bien en comunicados oficiales y que arrancan aplausos en foros ecuménicos.
Pero no nos engañemos. ¿Cuánto de ese llamado a la “unidad” se traduce realmente en gestos concretos? Las heridas históricas no se curan con comunicados de prensa ni con frases bien hilvanadas. La desconfianza, el recelo y las viejas disputas siguen latentes, y no se disipan solo porque el Papa cite a San Agustín o apele a la “civilización del encuentro amoroso”.
¿De qué sirve hablar del “coraje de amar” cuando las iglesias siguen mirando por encima del hombro a quienes no comparten sus credos, o cuando las propias estructuras religiosas viven más preocupadas por su cuota de poder que por el servicio real a los demás? ¿De qué sirve una fraternidad que, en la práctica, no trasciende los eventos conmemorativos y se queda en el papel?
La unidad, en tiempos de guerra y fragmentación, se ha convertido en un ideal más decorativo que transformador. Los discursos piden amor, pero la realidad exige justicia, reparación, y sobre todo coherencia entre lo que se proclama y lo que se hace. La valentía no está en repetir consignas, sino en atreverse a romper los círculos de poder y exclusión que siguen gobernando a muchas instituciones religiosas.
En resumen: menos poesía y más acciones que den testimonio real de esa unidad y servicio que tanto se menciona. Porque la historia está llena de buenas intenciones, pero son los hechos los que realmente sanan las heridas y transforman el presente.