Evangelio Diario

Evangelio del 5 junio del 2025 según san Juan 17, 20-26

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11

 

En aquellos días, queriendo el tribuno conocer con certeza los motivos por los que los judíos acusaban a Pablo, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno y, bajando a Pablo, lo presentó ante ellos.

Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín:
«Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos».

Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos admiten ambas cosas). Se armó un gran griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando:
«No encontramos nada malo en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?».

El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.

La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo:
«¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma».

 

Salmo de hoy

Salmo 15, 1b-2a y 5. 7-8. 9-10. 11 R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 20-26

 

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo:
«No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.

Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

Reflexión

“Divisiones santas y unidad olvidada”

Pablo, astuto como pocos, se planta frente al Sanedrín y lanza una bomba teológica que no solo divide a sus jueces, sino que desenmascara su mezquindad. Les grita que lo juzgan por creer en la resurrección… y en segundos ya no saben si atacarlo o defenderlo. ¿Por qué? Porque les tocó donde más duele: la doctrina que divide, la teología que usan como arma, no como camino.

¿Y no es eso lo que sigue ocurriendo hoy?
Mientras unos se pelean por si fue ángel, visión o herejía, otros se matan entre defender un rito o una frase. El Evangelio se ahoga entre comités, sinodos, comunicados y divisiones internas…
¡Y todo mientras Jesús ruega por lo contrario!
“Que sean uno”, dice Él con el corazón roto. Pero parece que esa parte nadie la lee, o peor aún: la leen y la ignoran deliberadamente.

Porque la unidad no da títulos, ni micrófonos, ni palmaditas de poder.
Dividir, en cambio, sí. Divide y vencerás… incluso en el templo.

El salmo clama: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti». Y el que escribe está convencido de que Dios le enseñará el sendero de la vida. Pero ¿cuántos hoy, dentro de la misma Iglesia, prefieren refugiarse en su propio ego antes que en la voluntad de Dios?
Hablamos de unidad, pero promovemos facciones. Predicamos amor, pero sembramos sospecha. Gritamos “¡Cristo vive!”, pero vivimos como si su oración por la unidad fuera solo una nota de pie de página.

Y lo más doloroso: el mundo no cree porque no ve unidad en nosotros. No porque el Evangelio no sea poderoso, sino porque nuestra incoherencia lo debilita.

Pablo fue arrastrado, golpeado y llevado a juicio por hablar con convicción. Hoy muchos son aplaudidos por callar lo esencial y repetir lo cómodo. Jesús oró para que fuéramos uno, pero tal vez si viera nuestras asambleas, nuestras redes, nuestras comunidades… volvería a orar, pero esta vez llorando.

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *