Evangelio del 6 de junio del 2025 según san Juan 21, 15-19

Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 25, 13b-21
En aquellos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea para cumplimentar a Festo. Como se quedaron allí bastantes días, Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole:
«Tengo aquí un hombre a quien Félix ha dejado preso y contra el cual, cuando fui a Jerusalén, presentaron acusación los sumos sacerdotes y los ancianos judíos, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre arbitrariamente; primero, el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse de la acusación. Vinieron conmigo, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre.
Pero, cuando los acusadores comparecieron, no presentaron ninguna acusación de las maldades que yo suponía; se trataba solo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí de esto. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel para que decida el Augusto, he dado orden de que se le custodie hasta que pueda remitirlo al César».
Salmo de hoy
Salmo 102, 1bc-2. 11-12. 19-20ab R/. El Señor puso en el cielo su trono
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que le temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 15-19
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, le dice a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».
Reflexión
Juan 21, 15-19 – “Amar no es decirlo. Es morir en ello.”
Dejemos de romantizar esta escena. No es una tierna postal con música de fondo, peces asados y reconciliación entre lágrimas. Este no es un reencuentro emotivo. Es una cirugía espiritual sin anestesia.
Jesús no está repartiendo ternura, está restaurando con bisturí, no con caricias.
Tres veces le pregunta a Pedro si lo ama. Y cada pregunta no es un gesto de afecto, sino un disparo al pecho. Un eco frontal de las tres negaciones frente a la otra fogata, la del sumo sacerdote.
Jesús no busca oír «te amo» como consuelo emocional, quiere desmantelar la autosuficiencia, la arrogancia disfrazada de fidelidad, el ego que dice: “aunque todos te nieguen, yo no lo haré.”
Pues sí, lo hizo. Lo negó. Y ahora tiene que pasar por el fuego de su propio fracaso.
Este momento no es para sentimentalismos. Es una reprogramación del alma.
Jesús está diciendo: “Si me amas, que no se note en tus palabras, sino en tu entrega. Si me amas, entonces muere a ti mismo.”
Y es ahí donde muchos de nuestros sermones se callan. Porque lo que viene después de este triple “sí, Señor, tú sabes que te amo”, no es un premio, ni paz, ni bienestar.
Es una sentencia. Jesús le dice sin rodeos: “Te llevarán a donde no quieras.”
¿Dónde está la parte bonita de eso?
Nos hemos acostumbrado a una espiritualidad donde amar a Cristo significa recibir consuelo, bendiciones, experiencias lindas. Pero el Evangelio que Jesús anuncia es brutalmente honesto:
El que ama, muere.
El que ama, se entrega.
El que ama, pierde el control de su vida.
Apacentar ovejas no es una medalla pastoral. Es un camino hacia la crucifixión. Es pasar de la boca a la cruz. Es cargar con las heridas, el cansancio, las traiciones… y aún así seguir.
Entonces, cuando usted dice “sí, Señor, tú sabes que te amo”, ¿entiende lo que está diciendo?
Porque si ese “te amo” no está dispuesto a pagar la factura —una factura que se cobra con toda su vida—, entonces es solo ruido piadoso.
Jesús no está buscando admiradores. Está buscando mártires de lo cotidiano. Testigos sin condiciones. Seguidores que no le pongan cláusulas al Evangelio.
Y sí, Pedro cayó. Pero se levantó porque entendió que amar a Cristo no era una emoción… era una muerte. Y la aceptó.