Evangelio del 7 de mayo del 2025 según San Juan 6, 35-40

Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 8, 1b-8
Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria.
Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia; penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres.
Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otra anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Salmo de hoy
Salmo 65, 1-3a. 4-5. 6-7a R/. Aclamad al Señor, tierra entera
Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué terribles son tus obras!» R/.
Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres. R/.
Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con él,
que con su poder gobierna enteramente. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 35-40
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
Reflexión
Jesús ya lo dijo sin rodeos: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.” Pero no todos le creyeron. Algunos lo miraban con recelo, otros esperaban algo más… tal vez un Mesías a su medida, un salvador que no los incomodara tanto, que no hablara de cruz ni de entrega, sino de éxito, bienestar y milagros bajo pedido.
Suena familiar, ¿verdad? Como si el Evangelio hubiera sido escrito esta mañana.
Muchos hoy repiten el mismo error: se acercan a Jesús no porque lo aman, sino porque les conviene. Porque buscan solución, alivio, respuesta rápida. Pero cuando las cosas no salen como esperaban, cuando no se cumple su guion, entonces se alejan. Lo intentaron —dicen—, pero Jesús no “funcionó”.
La fe no es un contrato de servicios. No es una póliza de seguros. Jesús no vino para entretener ni para complacer el ego de nadie. Vino a hacer la voluntad del Padre, y esa voluntad —nos guste o no— incluye salvarnos, pero también moldearnos, corregirnos, incomodarnos. Porque el que se alimenta de Cristo no queda igual: o se transforma… o lo rechaza.
Y es aquí donde este pasaje se vuelve punzante: “Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré fuera.” Qué consuelo tan grande para los sinceros, y qué zancadilla para los tibios: Jesús no rechaza a nadie, pero tampoco se acomoda a nadie. O lo tomamos completo, o seguimos buscando migajas en otros lados.
La voluntad del Padre —dice Jesús— es que todo el que cree en Él tenga vida eterna. No una vida a gusto, sino una vida eterna. Hay quienes prefieren quedarse con la ilusión del ahora, del placer inmediato, del “aquí y ahora”. Pero se olvidan de lo esencial: esta vida pasa, el alma no. Y esa alma hambrienta solo se sacia con Cristo.