Evangelio Diario

Evangelio del 8 de mayo del 2025 según san Juan 6, 44-51

Jueves de la III semana de Pascua

Lectionary: 276

Primera lectura

Hechos 8, 26-40

En aquellos días, un ángel del Señor le dijo a Felipe: «Levántate y toma el camino del sur, que va de Jerusalén a Gaza y que es poco transitado». Felipe se puso en camino. Y sucedió que un etíope, alto funcionario de Candaces, reina de Etiopía, y administrador de sus tesoros, que había venido a Jerusalén para adorar a Dios, regresaba en su carro, leyendo al profeta Isaías.

Entonces el Espíritu le dijo a Felipe: «Acércate y camina junto a ese carro». Corrió Felipe, y oyendo que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Él le contestó: «¿Cómo voy a entenderlo, si nadie me lo explica?» Entonces invitó a Felipe a subir y a sentarse junto a él.

El pasaje de la Escritura que estaba leyendo, era éste: Como oveja fue llevado a la muerte; como cordero que no se queja frente al que lo trasquila, así él no abrió la boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, puesto que su vida ha sido arrancada de la tierra?

El etíope le preguntó a Felipe: «Dime, por favor: ¿De quién dice esto el profeta, de sí mismo o de otro?» Felipe comenzó a hablarle y partiendo de aquel pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. Siguieron adelante, llegaron a un sitio donde había agua y dijo el etíope: «Aquí hay agua. ¿Hay alguna dificultad para que me bautices?» Felipe le contestó: «Ninguna, si crees de todo corazón». Respondió el etíope: «Creo que Jesús es el Hijo de Dios». Mandó parar el carro, bajaron los dos al agua y Felipe lo bautizó.

Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El etíope ya no lo vio más y prosiguió su viaje, lleno de alegría. En cuanto a Felipe, se encontró en la ciudad de Azoto y evangelizaba los poblados que encontraba a su paso, hasta que llegó a Cesarea.

Salmo Responsorial

Salmo 65, 8-9. 16-17. 20

R. (1) Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
Naciones, bendigan a nuestro Dios,
hagan resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
R. Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
Cuantos temen a Dios, vengan y escuchen,
y les diré lo que ha hecho por mí;
a él dirigí mis oraciones
y mi lengua le cantó alabanzas.
R. Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su gracia.
R. Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio

Juan 6, 51

R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor;
el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Aleluya.

Evangelio

Juan 6, 44-51

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.

Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida».

Reflexión crítica sobre Juan 6, 44-51

Jesús dice algo que incomoda: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre.” Y ahí es donde más de uno frunce el ceño. Porque en el fondo muchos creen que llegan a Dios cuando quieren, como si la fe fuera una decisión voluntarista, una especie de autoayuda religiosa o un club espiritual donde uno se inscribe cuando le conviene.

Pero Jesús deja claro que no es así. No se trata de buscarlo cuando sobran las fuerzas o cuando todo lo demás falla. Se trata de ser atraídos por el Padre, seducidos por una verdad que desinstala, arranca de raíz nuestras falsas seguridades y nos lleva directo a lo esencial: Cristo, el Pan vivo bajado del cielo.

Y es en ese punto donde el Evangelio choca contra una de las grandes enfermedades de la fe moderna: la religiosidad superficial. Gente que dice creer, pero no quiere ser transformada. Que comulga, pero no se convierte. Que va a misa, pero su corazón no se ha movido ni un milímetro hacia Dios.

Jesús dice que Él es “el pan vivo bajado del cielo” y que “el que coma de este pan vivirá para siempre”. Pero aclara: ese pan es su carne entregada por la vida del mundo. No es simbólico, no es una idea bonita, no es una metáfora cómoda: es entrega, es sacrificio, es cruz. ¿Y cuántos están dispuestos a vivir esa verdad? ¿Cuántos solo lo buscan para “sentirse bien”?

Hay quienes quieren a Jesús mientras les sepa a gloria… pero escupen el pan cuando les sabe a cruz. Prefieren un Dios que no moleste, que no exija, que no pida coherencia. Pero Jesús no se adapta a las apetencias del momento. Él es el Pan verdadero. Y quien no lo desea de verdad, seguirá llenándose con comida que no alimenta y agua que no sacia.

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