Iglesia entre la luz y la sombra

La diplomacia eclesial ante el sufrimiento humano: cuando el silencio ya no es prudencia

Hay momentos en los que la prudencia se convierte en complicidad. Y en no pocos episodios recientes, la Iglesia institucional ha optado por el silencio o la ambigüedad frente a realidades dolorosas que claman por una voz profética. Guerras, dictaduras, persecuciones, desplazamientos forzados, corrupción estructural… mientras miles sufren, las declaraciones eclesiales muchas veces se quedan en la tibieza diplomática, tan cuidadosamente redactadas que terminan por no decir nada.

No se trata de pedir imprudencia ni de exponer innecesariamente a quienes tienen autoridad pastoral en lugares difíciles. Pero sí cabe preguntarse: ¿hasta qué punto la diplomacia eclesial se ha convertido en un escudo para evitar incomodidades políticas, aun a costa de ignorar el dolor de los inocentes?

El ejemplo de Jesús —y tantos profetas antes que él— no fue neutral. Fue incómodo. Su voz se alzó sin miedo frente a la opresión, el abuso, el poder arrogante. Sin embargo, hoy asistimos a un fenómeno preocupante: la institucionalización del silencio. Se pronuncian llamados genéricos por “la paz”, se “lamentan las divisiones”, se “invita al diálogo”, mientras comunidades enteras son masacradas, perseguidas o arrinconadas por poderes que actúan con total impunidad.

¿Qué gana la Iglesia con callar cuando debería hablar? ¿Teme perder el favor de los gobiernos, las exenciones fiscales, la seguridad jurídica? ¿Acaso el Evangelio depende de la diplomacia o de la coherencia?

Afortunadamente, siguen existiendo voces proféticas dentro de la Iglesia, obispos que denuncian, religiosas que acompañan a los marginados, laicos que arriesgan su vida por defender la verdad. Pero cuando esas voces no encuentran eco en la estructura institucional, la credibilidad se debilita y la misión se vacía.

No todo silencio es santo. Hay silencios que protegen la vida. Pero también hay silencios que protegen intereses. Y esos no vienen del Espíritu.

Si la Iglesia quiere seguir siendo luz en medio de las sombras, deberá recordar que no se es testigo del Evangelio desde la neutralidad cómoda, sino desde la compasión valiente. Y compasión, en su raíz, no es solo sentir: es actuar.

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