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¿Qué pasa cuando hay fumata blanca?

Los pasos a seguir tras la elección de un nuevo Papa

08/05/2025 – Redacción

La elección de un Papa no concluye con la fumata blanca. Ese momento —icónico y esperado— solo marca el inicio de una serie de pasos cuidadosamente ritualizados, cargados de simbolismo y tradición. Una vez que uno de los cardenales obtiene los dos tercios necesarios del voto en el cónclave, comienza el verdadero protocolo que da paso al nuevo Pontífice de la Iglesia Católica.

De la Capilla Sixtina a la intimidad de la Sala de las Lágrimas

Cuando el elegido acepta el encargo, es invitado a trasladarse desde la Capilla Sixtina a un pequeño espacio cercano: la Sala de las Lágrimas. No es un nombre casual. Tradicionalmente, este recinto ha sido un lugar de recogimiento, donde el nuevo Papa puede orar, reflexionar e incluso llorar ante la magnitud del ministerio que está a punto de asumir.

Allí ya lo espera su primera vestimenta como sucesor de Pedro: tres sotanas blancas de diferentes tallas —para adecuarse a su altura—, sobrepelliz, muceta morada, estola púrpura con detalles dorados, zapatos, fajines y una cruz dorada. Cada elemento está dispuesto con cuidado, listo para ser usado si así lo desea.

Una elección que habla a través del nombre

Ya vestido, el nuevo Papa comunica el nombre que ha escogido para ejercer su pontificado. Esta elección no es menor. El nombre papal suele reflejar una inspiración, una línea pastoral o una declaración simbólica sobre el rumbo que pretende tomar. Por eso, cada elección es analizada con detalle: no es lo mismo optar por un nombre como Juan, que evoca continuidad y tradición, que por uno como Francisco, que sugirió en su momento una mirada renovada y centrada en los pobres.

Curiosamente, ningún Papa ha elegido jamás llamarse Pedro, en un gesto de profundo respeto hacia el primer Pontífice y apóstol de Jesús.

El anuncio: Habemus Papam

El momento culminante llega cuando el cardenal protodiácono, actualmente el francés Dominique Mamberti, se asoma al balcón central de la basílica de San Pedro. Allí, frente a miles de fieles reunidos en la plaza, pronuncia la fórmula en latín que ha recorrido siglos:
“Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!”
(“Os anuncio una gran alegría: ¡tenemos Papa!”)

Acto seguido, anuncia el nombre civil del elegido y el nombre que ha escogido como pontífice.

La bendición a la ciudad y al mundo

El nuevo Papa aparece entonces ante el mundo entero por primera vez. Según su estilo personal, puede optar por vestir todos los ornamentos o mostrarse con una imagen más sencilla. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) eligió salir con la muceta y la estola; Jorge Mario Bergoglio (Francisco) lo hizo sin ellas, con un perfil austero.

Desde esa logia, el nuevo Pontífice imparte la bendición “urbi et orbi”, es decir, a la ciudad de Roma y al mundo entero. Y en una práctica relativamente reciente, dirigida por primera vez por Juan Pablo II en 1978, pronuncia unas palabras a los fieles, marcando el inicio oficial de su pontificado ante más de 1.400 millones de católicos.

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