Recuperar la confianza en la Iglesia… un camino difícil

Tras dos días de votaciones, los purpurados lograron consensuar al sucesor de Pedro en la tierra. ¡Habemus Papam! El mundo cristiano celebra. El cardenal estadounidense Robert Prevost fue elegido como nuevo líder de la Iglesia Católica bajo el nombre de León XIV.
Pero bastó un gesto para marcar la primera gran diferencia con su antecesor. Al salir al balcón de la Basílica de San Pedro para dirigirse por primera vez a los fieles, León XIV lo hizo con los ornamentos tradicionales del papado: muceta, estola y vestimenta ceremonial completa. En 2013, Francisco, por el contrario, eligió aparecer con la sotana blanca sin adornos, marcando desde aquel momento un estilo más austero, más horizontal, más simbólicamente pastoral que pontificio. Si bien parece solo una cuestión de ropaje, no lo es: en la Iglesia, la forma también comunica fondo.
Esa imagen nos recuerda que cada Papa encarna una visión, un acento, una manera de leer los signos de los tiempos. Y en el caso de León XIV, su estilo parece conservar la herencia de Francisco, pero con un orden más tradicional, una revalorización visible de lo institucional, aunque sin dejar de lado la palabra clave que cruzó todo su primer mensaje: unidad.
El nuevo Papa hereda una Iglesia profundamente fragmentada. La figura de Francisco I fue para muchos una brisa de renovación, pero también generó resistencias intensas dentro de la propia curia. Habló de una Iglesia pobre, misionera, sinodal, cercana al que sufre. Denunció el clericalismo, pidió reformas, enfrentó los abusos con mayor transparencia… pero no todo lo logró. En su esfuerzo por abrir puertas, también activó viejas defensas internas. Y muchos de los problemas de fondo —como la pérdida de confianza en las estructuras eclesiales— siguen sin resolverse.
La elección de León XIV ocurre en ese contexto. Y si bien su primera intervención fue esperanzadora, serena, emotiva —incluyendo un saludo en español a su querida diócesis de Chiclayo, Perú—, las expectativas van mucho más allá de las palabras iniciales. Hoy la Iglesia necesita algo más que carisma: necesita reparación. Necesita credibilidad. Necesita justicia y valentía.
Recuperar la confianza no será una tarea ceremonial, ni una cuestión de imagen. Será un proceso largo, doloroso y valiente, que exigirá decisiones difíciles, reformas reales, humildad institucional y una postura activa ante los grandes pecados del pasado. La transparencia no es una opción: es la única vía.
León XIV se presenta como puente, como servidor, como pastor que desea caminar con su pueblo. Pero el puente no se construye con discursos: se sostiene con actos concretos. Y ese será el verdadero desafío: mantener el equilibrio entre el respeto por la tradición y la urgencia de la transformación.
El mundo lo mira. Los creyentes también. Muchos aún esperan una Iglesia que los acoja sin juicios ni escándalos, que escuche más de lo que impone, que proteja a los vulnerables y no a los poderosos. Si León XIV logra avanzar por ese camino, aunque sea lentamente, habrá comenzado verdaderamente a restaurar lo que se perdió: la confianza.