Evangelio Diario

Evangelio del 10 de mayo según san Juan 6, 60-69

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 31-42

 

En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.

Pedro, que estaba recorriendo el país, bajó también a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla.

Pedro le dijo:
«Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y arregla tu lecho».

Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Sarón, y se convirtieron al Señor.

Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacía infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba.

Como Lida está cerca de Jafa, al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle:
«No tardes en venir a nosotros».

Pedro se levantó y se fue con ellos. Al llegar, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron todas las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela mientras estuvo con ellas.

Pedro, mandando salir fuera a todos, se arrodilló, se puso a rezar y, volviéndose hacia el cuerpo, dijo:
«Tabita, levántate».

Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él, dándole la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva.

Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.

 

Salmo de hoy

Salmo 115, 12-13. 14-15. 16-17 R/. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

 

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.

Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.

Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor. R/.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 60-69

 

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».

Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».

Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Reflexión

¿También ustedes quieren marcharse?
Juan 6, 60-69

No todos los que siguen a Jesús están dispuestos a escucharlo. Eso queda claro en este pasaje. Cuando Jesús empieza a hablar de comer su carne y beber su sangre, muchos discípulos, los mismos que lo seguían encantados mientras multiplicaba panes y sanaba enfermos, lo consideran “duro”. ¿Duro? Duro es que se les acabe la comodidad. Duro es que su fe superficial se vea desafiada por una verdad que ya no se puede maquillar con frases bonitas.

Y entonces pasa lo que aún hoy sucede en tantas parroquias: el abandono silencioso. No hay gritos ni discusiones. Simplemente, se van. Sin aspavientos, como quien se retira de un grupo de WhatsApp: sin despedirse, pero con el claro mensaje de “esto ya no me interesa”.

Jesús no hace ofertas ni descuentos. No baja el tono para retenerlos. No edita su mensaje para adaptarlo al mercado de la espiritualidad exprés. Mira a los Doce y lanza una pregunta lapidaria: “¿También ustedes quieren marcharse?” Hoy, esa misma pregunta retumba en las bancas medio vacías de muchos templos: ¿también ustedes dejarán el Evangelio cuando ya no se alinee con sus preferencias personales?

Pedro responde desde el desconcierto y la lealtad: “¿A quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna.” No entendía del todo, pero intuía que ese lenguaje incómodo tenía más verdad que todo lo que el mundo ofrecía. Y por eso se queda.

Hoy la fe se ha vuelto tan cómoda que cuando exige algo más que un crucifijo colgado o una misa dominical “sin mucha homilía”, la gente también se va. Se alejan porque el Evangelio les parece “duro”. Pero tal vez lo que es duro, en realidad, es mirar de frente nuestra cobardía espiritual.

¿También usted quiere marcharse… o se atreve a quedarse con el que incomoda, pero transforma?

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