«Racismo en sotana y sexismo con rosario»

La historia de la hermana Aline no solo es escandalosa por la injusticia cometida, sino por los silencios que la rodean. Porque cuando se menciona que era “demasiado bonita” y “demasiado joven” para ser monja, hay algo más que misoginia: hay racismo estructural. Una brasileña de origen amazónico que irrumpe en la jerarquía eclesiástica europea con liderazgo, inteligencia y vocación social resulta más amenazante que cualquier irregularidad administrativa.
Pongamos las cosas en perspectiva: si Aline hubiese sido una monja suiza o alemana con los mismos talentos, ¿habría despertado tanta suspicacia? ¿La habrían evaluado como “desequilibrada” solo por ser una mujer fuerte al mando de una comunidad viva y comprometida? ¿Habría importado su aspecto físico si su piel fuese más clara o su acento más acorde a las élites vaticanas?
El problema no es Aline. El problema es que una mujer, del sur global, con ideas modernas y rostro atractivo, se convirtió en un símbolo incómodo para una estructura envejecida que aún ve a las monjas como piezas decorativas, no como agentes de cambio. Y para colmo, su carisma atrajo a otras: once de sus hermanas abandonaron con ella el convento. No por locura colectiva, sino por lealtad ante la humillación que presenciaron.
La reacción de las autoridades fue medieval: recluirla, hacerla “madurar psicológicamente”, aislarla. Suena más a protocolo inquisitorial que a procedimiento pastoral. Porque cuando se trata de mujeres que piensan y lideran, la Iglesia aún desconfía. Pero cuando se trata de hombres que abusan, la misma institución se vuelve súbitamente comprensiva, hasta cómplice.
Aline no solo fue destituida; fue deshonrada. No se le permitió apelar, no tuvo juicio justo, no se ofreció transparencia. Todo fue ejecutado en un vacío legal oportuno: el papa estaba agonizando, y la nueva abadesa apareció como enviada “de alguien que ya no existía”. El simbolismo es grotesco: el poder clerical se apropia del silencio de un muerto para imponer su voluntad sobre una mujer viva que no se sometió.
Este no es un caso aislado, es el espejo de una institución que aún premia la obediencia pasiva y castiga la inteligencia femenina. Que protege a sacerdotes abusadores pero destierra a monjas valientes. Que habla de misericordia mientras practica el desprecio hacia todo lo que no controla.
¿Y la solución? Por ahora, Aline y sus hermanas empezarán de cero, fuera de la institución que las rechazó. Lo harán con una fe que no necesita permisos ni sellos. Porque mientras el Vaticano se atrinchera en sus prejuicios, ellas seguirán sembrando justicia, aunque sea lejos de los altares.