Cuando el templo se llena, pero el corazón se vacía (Juan 13,34-35)

«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en el amor que se tengan entre ustedes.»
Qué irónico resulta ver parroquias llenas en misa dominical, donde los fieles rezan el Padrenuestro tomados de la mano, mientras se lanzan puñales con la mirada, apenas pisan el atrio. En muchas comunidades, no hay necesidad de enemigos externos: los tenemos dentro. Personas que “trabajan para la Iglesia”, pero no pueden ni verse entre sí. Coros enfrentados, comisiones que se boicotean, servidores que murmuran, todo en nombre de Dios… pero sin rastro de Dios.
Las razones, a veces, son tan humanas como absurdas: no estar de acuerdo con la opinión del otro, envidiar el puesto que ocupa, resentir un aplauso ajeno. ¿Qué queda de comunidad si al interior de la parroquia reina la desconfianza, el orgullo y la división? ¿Qué testimonio damos cuando el que reza con nosotros es al mismo tiempo el blanco de nuestras críticas a sus espaldas?
Jesús no pidió coincidencias ni uniformidad. Pidió algo más exigente: amor recíproco. Y no lo dejó como consejo espiritual, sino como el único criterio visible de discipulado. El distintivo del cristiano no es el escapulario, ni el canto afinado, ni las flores del altar. Es la capacidad de amar incluso al que no piensa igual. De mirar al otro con respeto, aunque no se siente a mi lado. De callar la crítica para construir en lugar de dividir.
Las parroquias que se desangran en divisiones internas son templos llenos de ruido, pero vacíos de Espíritu. No hay Eucaristía posible donde no hay comunión auténtica. Lo demás es teatro bien montado. Tal vez es hora de revisar no cuánto trabajamos para Dios, sino cuánto dejamos que Él transforme nuestras relaciones. Porque si no somos capaces de convivir entre nosotros, no somos discípulos: somos actores con sotana o blusa blanca, aplaudidos en procesiones, pero desconocidos en el cielo.