Evangelio con voz propia

Donde el óxido no alcanza: una reflexión sobre los tesoros verdaderos (Mateo 6,19-21)

«No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y donde los ladrones perforan y roban. Acumulen más bien tesoros en el cielo…» (Mateo 6,19-21)

Jesús no fue ambiguo. Su advertencia en Mateo 6,19-21 no era una sugerencia para los ascetas ni una recomendación piadosa para los místicos. Era, y sigue siendo, una declaración frontal sobre el lugar que ocupan las riquezas en el corazón humano y su impacto en la vida espiritual. Hoy, en una sociedad que mide el valor en función del saldo bancario, el metraje de la casa o la marca del vehículo, este pasaje se convierte en un grito profético.

No se trata de demonizar los bienes materiales, sino de denunciar su absolutización. El problema no es tener, sino vivir para tener. Acumular por acumular, poseer como quien busca seguridad en el oro y no en Dios. Jesús llama la atención sobre el hecho de que todo lo terrenal es frágil: se desgasta, se oxida, se pierde o se lo llevan. No hay nada que se conserve intacto en este mundo… salvo lo que se entrega por amor.

¿Cuántos pasan la vida construyendo imperios personales que terminarán siendo heredados por personas que tal vez ni los valoren? ¿Cuántos sacrifican la salud, el tiempo, la familia, la fe, solo para aumentar una cuenta que no acompañará el alma al sepulcro? El tesoro del cielo no cotiza en bolsas ni se guarda en cajas fuertes. Se cultiva con cada gesto de justicia, cada acto de misericordia, cada renuncia hecha con sentido, cada servicio silencioso.

Jesús insiste: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”. ¿Y dónde está el corazón del cristiano hoy? ¿En el Evangelio o en la apariencia? ¿En el reino de Dios o en el reino del consumo? Vivimos atrapados en una lógica que idolatra el éxito económico, pero que deja vacíos existenciales por donde se escurre la fe.

Este pasaje es más que una exhortación espiritual: es una llamada urgente a reorientar la brújula. A recordar que la verdadera riqueza no es la que se acumula, sino la que se comparte. Que lo eterno no brilla en escaparates, sino en almas transformadas. Y que el único banco que no quiebra, es el del cielo. Allí, y solo allí, vale la pena invertir.

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