Editoriales sin Censura

León XIV y el espejo de León XIII: cuando el Evangelio desafía las revoluciones

Por Católicos en Acción

La elección del nombre León XIV no fue un guiño nostálgico al pasado. Fue, como él mismo explicó al Colegio Cardenalicio, un acto de memoria y de advertencia. El nuevo Papa no solo evocó al gran León XIII por cortesía histórica, sino porque reconoce que —una vez más— el mundo se tambalea ante una nueva “cuestión social” que exige algo más que diplomacia: exige profecía.

En 1891, León XIII sacudió los cimientos del catolicismo burgués con su encíclica Rerum novarum. En ella, denunció las condiciones inhumanas de los trabajadores, defendió la organización sindical, y marcó una línea clara entre la dignidad del trabajo y los abusos de un capitalismo salvaje. En su tiempo, lo llamaron revolucionario. Hoy, lo llamamos pionero.

León XIV parece entender que la inteligencia artificial, la automatización, y la precarización global del trabajo son la nueva cara del mismo demonio que León XIII enfrentó hace más de un siglo: la negación sistemática de la dignidad humana. Ya no se trata solo del obrero que cae rendido en la fábrica. Se trata del programador reemplazado por un algoritmo, del docente evaluado por métricas de eficiencia, del joven sin futuro y del migrante explotado en cadenas de producción que se alimentan de miseria globalizada.

Como su predecesor, León XIV no propone soluciones técnicas. No le corresponde. Lo suyo —lo nuestro, como Iglesia— es trazar fronteras morales: no todo lo rentable es justo. No todo lo legal es digno. Y sobre todo, no todo lo moderno es humano.

En tiempos donde algunos quisieran una Iglesia muda ante las nuevas formas de explotación, León XIV nos recuerda que la fe sin justicia social es liturgia vacía. Y que si la Iglesia quiere seguir siendo faro, tiene que volver a incomodar.

León XIII enfrentó los excesos de su época con la sabiduría de la tradición y la valentía de mirar de frente. León XIV, si es coherente con el nombre que ha elegido, deberá hacer lo mismo. No con palabras dulces, sino con la fuerza del Evangelio que grita en nombre de los que nadie escucha. Porque como dijo el mismo Jesús: “El obrero merece su salario”. Y hoy, más que nunca, merece también ser defendido.

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