Evangelio con voz propia

Lucas 4,16-21: El Evangelio no es neutro, y Jesús tampoco

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.»
(Lucas 4,16-21)

Si la Iglesia necesita recordar su ADN, este pasaje de Lucas es el lugar preciso. Aquí no hay parábolas ambiguas ni discursos simbólicos. Jesús, con voz firme, lee el texto de Isaías y lo aplica a sí mismo. No se presenta como un predicador de consuelo genérico ni como maestro de moral domesticada. Se proclama como libertador. Y no como metáfora espiritual: habla de pobres reales, de presos concretos, de oprimidos visibles. Y lo dice en la sinagoga. Es decir, en la cara del poder religioso de su tiempo.

Esta escena es la declaración de misión de Cristo. Pero también es la piedra en el zapato de una Iglesia que, en muchos momentos de la historia, ha optado por neutralizar el Evangelio para no incomodar a los poderosos. Mientras Jesús proclamaba libertad, algunos obispos hoy todavía prefieren redactar comunicados tibios. Mientras el Nazareno confrontaba estructuras injustas, algunos pastores modernos se escudan en la prudencia para no tocar intereses económicos, políticos o ideológicos.

¿Cómo se puede anunciar la buena nueva a los pobres, si la Iglesia no camina con ellos? ¿Cómo hablar de libertad a los oprimidos, si se bendicen pactos con los opresores? ¿Cómo proclamar un año de gracia, si el púlpito se ha convertido en un sitio desde donde se condena más de lo que se consuela?

Cristo no leyó el texto para decorar la sinagoga. Lo leyó como un manifiesto. Y quienes lo escuchaban entendieron tan bien su intención que quisieron expulsarlo del templo y despeñarlo por un barranco. Hoy, en cambio, le aplaudimos… pero lo hemos vuelto inofensivo. Le quitamos la fuerza revolucionaria de su mensaje y lo reducimos a un símbolo ceremonial. Nos hemos acostumbrado a hablar de Jesús, pero no a vivir como Él.

Lucas 4,16-21 es una bofetada a cada institución eclesial que teme hablar con claridad. Porque el Evangelio no es neutro. Toma partido. Y lo toma por los últimos, no por los cómodos. Si la Iglesia calla ante la injusticia, no está siendo prudente: está siendo cómplice. Porque quien se unge con el Espíritu no puede callar cuando se pisotea la dignidad humana.

La pregunta incómoda que nos deja este pasaje es: ¿qué haría Jesús hoy en nuestras sinagogas modernas? ¿Y qué harían con Él quienes hoy visten de púrpura?

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *