Iglesia entre la luz y la sombra

Procesiones que parecen carnavales: ¿devoción o espectáculo?

Hay procesiones que mueven el alma. Y hay otras que dan vergüenza ajena. Lo que antes era un acto de fe profunda y recogida, hoy en muchos lugares se ha convertido en un desfile de trajes llamativos, bandas ruidosas, bastoneras, coreografías, celulares al aire y selfies frente al anda. ¿Qué celebramos? ¿La Pasión de Cristo o el ego colectivo?

Basta con salir a la calle durante Semana Santa para notar el exceso. Tamarindos, algodón de azúcar, ventas ambulantes, música que no tiene nada de sacra, filas de personas con camisetas de equipos de fútbol caminando detrás de la imagen como si fuera un paseo de domingo. Algunos cargadores, por cierto, hacen turnos no por devoción, sino por tradición social, por salir en la foto o por cumplir con la abuela. ¿Y qué decir de los organizadores que regañan más por el orden del desfile que por el contenido espiritual?

La procesión ya no duele, no incomoda, no evangeliza. Entretiene. Se ha vaciado de sentido para llenarse de espectáculo. En vez de lágrimas hay aplausos; en vez de silencio hay parlantes; en vez de oración hay show. Y mientras tanto, la figura de Cristo crucificado avanza, ignorado, como un actor más en medio del decorado.

La culpa no es del pueblo únicamente. Muchas parroquias han permitido esta deriva populachera. Prefieren que la gente venga “como sea”, aunque no escuchen una sola palabra del Evangelio. Se les ha enseñado que la fe se vive caminando detrás de una imagen, aunque no se comprenda su significado.

¿Dónde quedó el respeto por lo sagrado? ¿Dónde está el recogimiento? ¿Dónde está el dolor por la Pasión? Si alguien del primer siglo viera nuestras procesiones actuales, no sabría si estamos conmemorando la muerte del Hijo de Dios o esperando a que empiece la comparsa.

La fe no necesita escenografías vacías. Lo que necesita es autenticidad. Y mientras no seamos capaces de distinguir entre devoción y exhibición, seguiremos disfrazando de catolicismo lo que no es más que ruido cultural sin alma.

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