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¿Pequeña levadura o pan de apariencias? Una mirada sin adornos al mensaje de León XIV

El nuevo Papa ha hablado. Y como era de esperarse, sus palabras han sido recibidas con ovaciones, titulares optimistas y gestos emocionados. Ha dicho que no viene con méritos, que es un servidor de la alegría y la fe, que quiere caminar con todos. Que su modelo es Jesús. Que la Iglesia debe ser “una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad”. Hasta ahí, todo impecable. Pero si vamos a hablar con la franqueza que exige la realidad, entonces toca preguntar: ¿cuánta levadura real queda en una Iglesia que muchas veces solo sube por el marketing y no por la fe?

Porque una cosa es predicar humildad desde el balcón de San Pedro, y otra muy distinta es desmontar de verdad los privilegios que ese mismo balcón simboliza. León XIV ha dicho que no quiere propaganda religiosa ni estructuras dominantes, pero la Iglesia está plagada de eso. Basta asistir a cualquier evento eclesial para ver más cámaras, jerarquía y protagonismo que compasión, servicio y verdad.

El Papa habla de un estilo: el del siervo de los siervos. Muy bien. Pero ¿por qué seguimos viendo obispos que se comportan como ejecutivos blindados, con secretarios que filtran llamadas y actitudes que huelen más a despacho de poder que a comunidad cristiana? ¿Por qué cuesta tanto encontrar un sacerdote que escuche en lugar de sentenciar, que acompañe en vez de imponer?

Se nos dice que la Iglesia no debe sentirse superior al mundo. Sin embargo, a veces actúa como si fuera su dueña, repartiendo certificados de “pureza moral” a quien encaje en sus moldes, y dejando fuera —con amabilidad litúrgica— a los que cuestionan, a los que incomodan, a los que piensan distinto.

Y aquí el riesgo: que este mensaje del nuevo Papa, cargado de buenos deseos y frases cuidadosamente esculpidas, se diluya como tantos otros en el océano de la retórica. Que sea un texto más para aplausos fáciles y homilías bonitas, sin tocar las zonas donde la Iglesia sigue siendo más estructura que Evangelio.

La metáfora de la levadura es hermosa, sí. Pero la levadura solo tiene sentido si fermenta, si transforma, si se mezcla con la masa del mundo sin perder su esencia. Hoy, esa esencia está en peligro cuando la Iglesia prefiere la comodidad de los salones clericales antes que el barro de las calles. Cuando se organiza mejor para los sínodos que para abrazar a los descartados. Cuando parece más preocupada por cuidar su imagen que por encarnar la cruz.

León XIV ha abierto la puerta a una nueva etapa. Bien. Pero no olvidemos que la Iglesia no necesita más discursos. Necesita verdad. Y si el Papa realmente quiere ser el siervo de todos, lo veremos no en lo que dice, sino en lo que desmonta. No en lo que proclama, sino en lo que transforma.

Porque si la levadura no fermenta, no sirve. Y el pan que no alimenta al pueblo, es solo adorno litúrgico.

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