Evangelio Diario

Evangelio del 21 de mayo según san Juan 15, 1-8

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 15, 1-6

 

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos.

Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo:
«Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés».

Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto.

 

Salmo de hoy

Salmo 121, 1bc-2. 3-4b. 4c-5 R/. Vamos alegres a la casa del Señor

 

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestro pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 1-8

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Reflexión – Juan 15, 1-8
“Permanecer o marchitarse: no hay punto medio”

Jesús no ofrece medias tintas en este pasaje. Habla con la claridad de quien no busca convencer con adornos, sino con verdad. Él es la vid, la fuente, la raíz que da vida. Nosotros, los sarmientos, solo tenemos sentido si seguimos unidos a Él. No se trata de una opción decorativa, sino de una advertencia radical: “sin mí no podéis hacer nada”. No “poco”, no “algo”. Nada.

Vivimos en una época que glorifica la autosuficiencia. Se exalta la independencia como valor supremo, incluso cuando esa independencia implica alejarse de Dios. Pero esta separación no nos hace más fuertes, sino más frágiles. Un sarmiento separado de la vid puede parecer intacto por unos días, incluso lucir verde, pero en el fondo ya está condenado a secarse. Así pasa también con el alma que se desconecta de Cristo: lentamente se vacía, se apaga… y termina siendo solo apariencia.

Jesús va más allá. No solo invita a permanecer en Él, sino a dar fruto. Y no cualquier fruto, sino abundante. No basta con “cumplir”, ni con tener una fe superficial de domingos o de rutinas. Dios no se conforma con hojas verdes; busca frutos concretos: actos de amor, justicia, perdón, humildad, servicio. La poda que menciona no es castigo, es purificación. Dios limpia, corta lo que estorba, corrige para que crezcamos mejor. ¿Duele? Sí. ¿Es necesaria? También.

Y hay una promesa final que no pasa desapercibida: “Pedid lo que deseáis, y se realizará”. Pero hay una condición: “si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros”. No se trata de una máquina de deseos, sino de una intimidad transformadora. Cuando se vive en Cristo, ya no se pide desde el capricho, sino desde la voluntad de Dios.

La pregunta, entonces, no es si creemos o no, sino si permanecemos. Porque el que se aleja se seca. Y al que permanece… Dios lo hace florecer.

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