Iglesia entre la luz y la sombra

María Magdalena: La apóstol de los apóstoles: Testigo silenciada por el patriarcado :: Parte dos

Cuando las mujeres no huyeron: el valor frente a la cruz

En los relatos de la Pasión, los apóstoles –aquellos varones tan ensalzados en la tradición eclesiástica– desaparecen del escenario en el momento más crítico. Pedro lo niega, Judas traiciona, y los demás simplemente huyen. Pero hay un grupo que no se mueve, que se queda junto a la cruz, soportando el dolor con firmeza: las mujeres. Y entre ellas, destacando por nombre propio, María Magdalena. No está allí por casualidad, ni por piedad de última hora. Está porque fue constante. Fue discípula cuando muchos eran solo curiosos, y fue testigo cuando los más cercanos desertaron. Pero claro, el relato oficial durante siglos prefirió silenciar ese detalle incómodo.

La primera en ver al Resucitado… ¿y la más ignorada?

Si se tratara de hacer un orden jerárquico basado en la fidelidad durante la crisis, María Magdalena iría primero. No solo presenció la crucifixión, sino que fue la primera en acudir al sepulcro y la primera en ver a Jesús resucitado, según el Evangelio de Juan. Cristo la llama por su nombre –ese momento cargado de humanidad y revelación– y ella lo reconoce. Luego, recibe un encargo: “Ve y di a mis hermanos…”. Es la primera predicadora de la Pascua. El primer ser humano que supo que la muerte había sido vencida. Sin embargo, la tradición eclesial le dio ese título a Pedro, que para entonces seguía escondido. ¿No es esa una tergiversación deliberada de los hechos?

El peso del género en la transmisión de la fe

La pregunta, por incómoda que sea, hay que hacerla: ¿por qué la figura de María Magdalena fue minimizada si su rol fue tan esencial? La respuesta, aunque no guste a todos, es clara: por ser mujer. En un contexto donde el liderazgo femenino era sistemáticamente invisibilizado, reconocer que la primera en proclamar la resurrección fue una mujer resultaba inconveniente. Pedro era más útil como piedra fundacional que una mujer convertida en portavoz de lo impensable. Así, poco a poco, se borró su protagonismo, se disolvió su mensaje, y se le asignó otro rol: el de la pecadora arrepentida. Un giro perfecto para mantener el equilibrio patriarcal de la narrativa eclesial.

¿Y si hubiera sido Pedro el primer testigo?

Imagine, solo por un momento, que en lugar de María Magdalena, hubiese sido Pedro el primero en ver al Resucitado. ¿Se habría relegado ese momento en un rincón del relato litúrgico? ¿Habría pasado desapercibido en los sermones? Por supuesto que no. Habría sido una fiesta con rango de solemnidad, una verdad doctrinal irrenunciable. Pero fue una mujer, y eso cambió todo. La historia escrita por hombres eclesiásticos no podía permitir que la piedra angular fuera precedida por una discípula. El poder del testimonio pascual fue encajonado, y con él, también la dignidad espiritual de muchas otras mujeres a lo largo de los siglos.

La rehabilitación tardía: del desprecio al reconocimiento oficial

No fue hasta el siglo XX que la Iglesia empezó a mirar a María Magdalena con nuevos ojos. En 1988, Juan Pablo II publicó Mulieris Dignitatem, donde rescató el valor de las mujeres en la vida de Jesús y llamó a María Magdalena apostola apostolorum, apóstol de los apóstoles. Años después, el papa Francisco elevó su festividad al mismo nivel que la de los Doce, un gesto simbólico que intentaba reparar siglos de olvido. Pero aún es poco. Mientras siga predominando la imagen de Magdalena como pecadora por encima de su papel como testigo, el silencio patriarcal seguirá pesando más que la verdad evangélica.

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