Iglesia entre la luz y la sombra

María Magdalena, la gran tergiversada :: Primera parte

La construcción de un mito: ¿quién dijo que fue prostituta?

La historia de María Magdalena es uno de los ejemplos más escandalosos de cómo la interpretación eclesiástica puede transformar a una testigo privilegiada de la fe en un símbolo de pecado sexual. Durante siglos, millones de cristianos dieron por sentado que esta mujer fue una prostituta arrepentida. Sin embargo, esa afirmación no tiene sustento bíblico. No aparece en los Evangelios, no fue proclamada en los primeros concilios, y mucho menos sostenida por Jesús. ¿Cómo entonces se gestó esta leyenda? La respuesta no está en los textos sagrados, sino en la construcción interesada de un relato funcional.

Una fusión de personajes bíblicos que jamás fue oficial

El error comenzó por la cercanía entre pasajes evangélicos. En el capítulo 7 del Evangelio según san Lucas aparece una “mujer pecadora” que unge los pies de Jesús con perfume y lágrimas. Inmediatamente después, en el capítulo 8, se menciona a María Magdalena como una de las mujeres que seguían a Jesús tras haber sido liberada de “siete demonios”. La tentación de unir ambas escenas fue irresistible para algunos. Para añadir más confusión, en el Evangelio de san Juan, otra mujer –María de Betania, hermana de Lázaro– también unge los pies de Jesús. Tres mujeres distintas, tres escenas diferentes, pero con elementos similares: perfume, lágrimas, unción. ¿Conclusión apresurada de la Edad Media? Son la misma persona.

El peso del sermón de Gregorio Magno

El golpe de gracia lo dio el papa Gregorio I Magno en el año 591. En una homilía, declaró que María Magdalena, la pecadora de Lucas 7 y María de Betania eran una sola mujer. Para justificarlo, dijo que los “siete demonios” simbolizaban los siete pecados capitales, sugiriendo que María había sido esclava de todos ellos, incluyendo la lujuria. Con eso, el error quedó canonizado en la mentalidad popular, aunque jamás fue dogma. La Iglesia no lo declaró oficialmente, pero su influencia cultural hizo el resto. Desde entonces, María Magdalena se convirtió en el modelo por excelencia de la gran pecadora que se arrepiente. Su imagen pasó a los púlpitos, al arte, a la literatura y, finalmente, a la educación cristiana.

De discípula a ícono del pecado: ¿una estrategia pedagógica o una injusticia histórica?

Durante siglos, la Iglesia utilizó a María Magdalena como herramienta moral: un testimonio de que incluso “la peor pecadora” podía salvarse si se arrepentía. Era útil, era conmovedor, era funcional. Pero era falso. ¿Qué se perdió en el camino? El reconocimiento de su papel como una de las primeras y más valientes discípulas. Mientras los hombres huían, ella permanecía al pie de la cruz. Mientras Pedro negaba a Jesús, ella preparaba perfumes para su cuerpo. Mientras todos dudaban, ella fue la primera en verlo resucitado. Convertirla en símbolo del pecado fue no solo un error exegético, sino una injusticia histórica contra una mujer cuyo legado era mucho más noble de lo que la tradición permitió mostrar.

La Magdalena real: lo que sí dicen los Evangelios

Los Evangelios, si se leen con atención y sin lentes doctrinales distorsionados, son claros. María Magdalena fue liberada de siete demonios (no especifica pecados). Acompañaba a Jesús y a sus discípulos, sostenía su misión con sus propios recursos, y estuvo presente en la Pasión, Muerte y Resurrección. Fue, ni más ni menos, la primera anunciadora de la Pascua. Jesús la llamó por su nombre en el jardín tras su resurrección, y le encargó llevar el mensaje a los demás. Su fe y fidelidad la colocan en un lugar privilegiado entre los seguidores de Cristo. Pero ese perfil, firme, valiente y protagonista, fue diluido durante siglos para ajustarse a un molde más conveniente: el de la pecadora redimida. ¿Por qué? Porque era más cómodo para la estructura clerical que las mujeres no fueran vistas como líderes o testigos centrales.

El giro del siglo XX: cuando el Vaticano empezó a corregir su error

No fue sino hasta 1969 que la Iglesia comenzó tímidamente a deshacer el entuerto. El Vaticano suprimió la mención de la “pecadora” en la liturgia de Santa María Magdalena y reconoció que no había base bíblica para unir las tres Marías. Juan Pablo II la llamó con justicia apóstol de los apóstoles, y en 2016 el papa Francisco elevó su fiesta al mismo rango litúrgico de los Doce. Tarde, pero al menos se hizo. La Magdalena histórica comienza a recuperar su lugar. Ya no como símbolo de lujuria, sino como lo que fue: discípula fiel, testigo del Resucitado, y mujer libre que acompañó a Jesús por decisión y amor, no por redención sexual.

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