Editoriales sin Censura

El mural del escándalo: cuando lo sagrado se rindió al narcisismo de Paglia

En la historia reciente del arte religioso, pocas obras han causado tanto desconcierto y controversia como el mural encargado por Monseñor Vincenzo Paglia en la catedral de Terni, Italia. Concebido en 2007 y ejecutado por el artista argentino Ricardo Cinalli, este mural pretendía ser una representación contemporánea del Juicio Final. Lo que terminó siendo, sin embargo, fue una provocación innecesaria que desdibujó los límites entre la belleza sagrada y la banalidad ideológica.

La obra muestra a Cristo resucitado elevando redes llenas de figuras humanas hacia el cielo. Hasta aquí, la metáfora podría considerarse válida. Pero esas figuras incluyen personas desnudas o semidesnudas, en actitudes ambiguas, entre ellas homosexuales, prostitutas y drogadictos, todos ascendiendo sin aparente arrepentimiento o transformación espiritual. Lo más escandaloso fue la inclusión del propio Monseñor Paglia, representado abrazando a otro hombre, también desnudo. Según el artista, la escena fue concebida con una intención claramente erótica, y todos los detalles fueron aprobados directamente por el obispo.

Lo cuestionable no es solamente el contenido gráfico, sino el contexto: estamos hablando del ábside de una catedral, el lugar donde se celebra la Eucaristía y donde se predica la Palabra de Dios. En ese espacio sagrado, el mural no invita a la oración, ni a la contemplación, ni al arrepentimiento. Invita al desconcierto. El templo, en vez de elevar el alma hacia lo eterno, se convierte en escenario de un mensaje secularizado, donde el pecado se celebra como identidad y no se insinúa siquiera la necesidad de conversión.

El argumento de la “inclusión” ha sido usado para justificar la obra. Sin embargo, la Iglesia nunca ha enseñado que los pecadores están excluidos del amor de Dios. Lo que sí enseña es que ese amor exige un cambio de vida. La misericordia no es complicidad, y el arte religioso no es un panfleto de tolerancia ideológica, sino un medio de transmisión de lo sagrado.

Este mural no solo refleja una estética dudosa, sino una teología torcida. Es el resultado de una visión pastoral que ha confundido evangelizar con agradar, y que ha reemplazado el misterio por la exhibición. La decisión de incluirse a sí mismo en una escena así, por parte de Paglia, raya en el narcisismo litúrgico, un fenómeno cada vez más frecuente en sectores de la Iglesia que olvidan que el altar no es un espejo.

En resumen, el mural de Terni no es solo un error artístico; es una señal de una crisis más profunda: la de una Iglesia que, por querer ser aceptada por el mundo, corre el riesgo de dejar de ser ella misma.

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