Iglesia entre la luz y la sombra

El Reino y sus haciendas: cuando el mensaje de Cristo duerme en hectáreas vacías

Una paradoja que duele: de los pies descalzos del Evangelio a las hectáreas cerradas de la institución

En los Evangelios, Jesús no tuvo ni una piedra donde recostar la cabeza. Caminaba entre pescadores, dormía en casas prestadas y predicaba bajo el sol o entre olivos. Su mensaje era claro, directo, urgente: atender al pobre, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y visitar al preso. Dos mil años después, la Iglesia que lleva su nombre posee, según estimaciones, más de 81 millones de hectáreas en todo el mundo, una cifra que supera la extensión territorial de países enteros como Mozambique o Pakistán. Esta realidad, lejos de ser solo un dato logístico o patrimonial, se ha convertido en una de las grandes paradojas morales del cristianismo institucional.


Terratenientes del Reino: un patrimonio inmenso y silencioso

La Iglesia Católica es hoy uno de los mayores terratenientes del planeta. Su patrimonio abarca desde catedrales majestuosas hasta vastos terrenos agrícolas, casas de retiro, conventos, edificios urbanos y propiedades históricas. Muchas de estas propiedades se encuentran ociosas, semi abandonadas o subutilizadas. Algunos conventos que albergaban a decenas de religiosas hace 50 años hoy son cuidados por tres o cuatro monjas de edad avanzada. Casas de retiro que se usaban para ejercicios espirituales ocasionales permanecen cerradas la mayor parte del año. Incluso terrenos agrícolas, otrora parte del ideal de autosuficiencia de algunas órdenes monásticas, yacen hoy sin cultivo, sin función clara, sin beneficio directo para la comunidad.


El clamor de los desatendidos y la voluntad que no llega

Mientras tanto, las necesidades sociales se multiplican. Ancianos abandonados, niños sin hogar, migrantes que no tienen un techo donde pasar la noche, mujeres que escapan de la violencia y buscan refugio… todos ellos podrían encontrar alivio inmediato si parte de ese patrimonio se pusiera al servicio del Evangelio que lo inspiró. Pero no es así. Y no porque no se pueda. Es, más bien, porque no se quiere.


Fundaciones, asociaciones y estructuras que disimulan el poder

La administración del patrimonio eclesiástico ha tomado en muchos casos una ruta tecnocrática y blindada. Se crean asociaciones civiles y fundaciones «católicas» que reciben terrenos y edificios en nombre de la Iglesia, pero que operan como entes jurídicos propios. En el papel, no pertenecen directamente a la diócesis ni a la Santa Sede, pero en la práctica están bajo control eclesiástico o clerical. Este modelo, que inicialmente podría verse como una forma de organizar y proteger bienes, ha servido también para evitar reformas estatales, evadir fiscalizaciones o incluso alejar propiedades del escrutinio público. Se administra sin auditar. Se cobra sin redistribuir. Se controla sin compartir.


Laicos con llaves: administración opaca disfrazada de colaboración

Aún más preocupante es la tendencia de delegar la gestión de propiedades a civiles o feligreses «de confianza», lo cual introduce una capa adicional de opacidad. En muchos países, parroquias o fundaciones manejadas por laicos tienen bajo su control fincas, casas, cuentas bancarias y propiedades donadas, sin que medie un control efectivo por parte de las autoridades eclesiásticas. Se alquilan espacios, se hacen negocios paralelos, se reciben donaciones que no siempre llegan a quienes las necesitan. Todo con la apariencia de legalidad y bajo el escudo protector de la fe.


El Evangelio restaurado… pero de espaldas al necesitado

El escándalo no está solo en la acumulación de bienes, sino en la falta de voluntad para ponerlos al servicio directo de las personas. Restaurar una torre de una catedral por millones de dólares es una acción que puede justificarse como conservación patrimonial. Pero cuando esa restauración coexiste con conventos vacíos, centros de retiro ociosos y terrenos baldíos, la pregunta es inevitable: ¿qué evangelio estamos cuidando? ¿El del ladrillo o el del pan?


El silencio de las hectáreas: cuando la misión se encierra

Cristo no fundó una inmobiliaria. No pidió levantar templos de piedra, sino templos de carne viva. La contradicción entre el mensaje que se predica y la estructura que lo sostiene es cada vez más difícil de justificar. Y no se trata de una cruzada contra la Iglesia ni de un ataque a la fe. Al contrario: es un reclamo desde adentro, desde quienes todavía creen que el Evangelio puede y debe ser una fuerza transformadora, no una excusa para la inacción.


Conclusión: Una fe coherente no necesita tantos candados

Las hectáreas vacías no solo representan tierra sin uso. Representan también una espiritualidad encerrada, una misión dormida, una palabra que se conserva pero no se comparte. Cada propiedad sin función social es una oportunidad perdida de hacer presente a Cristo entre los pobres. Cada convento que no acoge, cada finca que no alimenta, cada edificio que no cobija, es una negación concreta del mandato de amor que se lee domingo tras domingo desde el ambón.

La Iglesia tiene la capacidad de revertir esta situación. Puede abrir sus puertas, auditar sus bienes, redistribuir sus recursos. Puede, si quiere, ser coherente con su mensaje. Pero mientras eso no ocurra, seguiremos viendo el Reino en ruinas sagradas y haciendas estériles. Y Cristo, otra vez, no tendrá dónde recostar la cabeza.

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