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El obispo vive para su pueblo, no para sus colectas

Redacción: Católicos en Acción

La reciente homilía del cardenal Pietro Parolin en la Basílica de San Pedro, con motivo de la ordenación episcopal de monseñor Ignazio Ceffalia como Nuncio en Bielorrusia, dejó algo claro y contundente: “el obispo ya no vive para sí mismo, sino para la comunidad sobre la que está puesto”. La frase no solo es hermosa, sino profundamente reveladora del ministerio episcopal. Pero también obliga a levantar la mirada hacia otras realidades más cercanas, y a hacernos una incómoda pregunta: ¿Sabrán todos los obispos del mundo lo que realmente implica su vocación?

Porque, si seguimos ese ideal proclamado por Parolin, el obispo debería ser testigo ardiente, guía valiente, presencia de Cristo entre su gente. No un mero funcionario que aparece de vez en cuando para autorizar colectas, promover rifas o bendecir planes de recaudación. El llamado a “custodiar el don del Espíritu Santo” no se reduce a presidir misas solemnes con anillos relucientes y mitras impecables. Se trata de arder como Ignacio de Antioquía, aquel mártir que no predicaba desde la comodidad, sino desde el testimonio vivido.

Por eso, el eco de las palabras de Parolin suena aún más fuerte y, quizá, incómodo para quienes han convertido su función pastoral en un cargo administrativo con olor a burocracia y sabor a indiferencia. ¿Cuándo fue la última vez que vimos a nuestro obispo en las calles, en las comunidades marginadas, o escuchando a las víctimas del sistema? ¿Acaso el ejercicio del episcopado se limita a la solicitud de “una limosna extra”, como si el rol del pastor fuera financiar templos antes que levantar almas?

El ministerio del obispo, como lo describió el cardenal, implica una entrega radical, una renuncia auténtica a la comodidad y una disponibilidad total para servir. El anillo no es símbolo de privilegio, sino de unión con su pueblo. La mitra no es una corona, es un recordatorio de que su cabeza debe estar siempre inclinada ante el sufrimiento del otro. Y el báculo no se lleva para las fotos, sino para ir al frente del rebaño, sobre todo cuando el lobo acecha.

A los fieles nos toca exigir esa entrega. Y a los obispos, recordárselo si lo han olvidado.

Porque como también dijo san Agustín: “Para ustedes soy obispo, con ustedes soy cristiano”. Y eso, monseñor, no se vive desde una oficina, ni se mide en colectas.

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