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León XIV y el llamado a ser templo vivo: Una Iglesia con rostro compasivo

Redacción: Católicos en Acción

En su primera oración del Regina Coeli como sucesor de Pedro, el Papa León XIV no se limitó a un mensaje amable y protocolario. Lo que regaló fue una brújula pastoral: clara, profunda y necesaria. Desde la ventana del Palacio Apostólico, lanzó una verdad que incomoda a quienes reducen la fe a rituales o a quienes se escudan en títulos y jerarquías: somos morada de Dios solo si dejamos que su Espíritu nos transforme y habite en nosotros.

El nuevo Pontífice no ofreció discursos adornados con grandes promesas institucionales. Ofreció algo mucho más incómodo: responsabilidad personal y eclesial. No basta con “creer”. Hay que dejarse habitar. No basta con decir “soy católico”, hay que vivir como si Cristo estuviera realmente dentro de uno. Y si Él está dentro, entonces no se puede pasar por alto al pobre, al pequeño, al que sufre.

León XIV fue claro: la Iglesia no puede continuar siendo un templo de piedras frías si sus fieles no son templos vivos. Ser “templo santo del Señor” no significa retirarse a la sacristía o adornar el altar mientras el mundo sangra. Significa —en palabras del Papa— llevar su amor a todas partes y reconocer que cada persona es también una morada divina.

Este mensaje es un llamado urgente para todos los católicos, pero especialmente para los que dirigen la barca en nuestras diócesis. ¿Podemos decir que nuestras estructuras eclesiales caminan “en la alegría de la fe”? ¿O seguimos anclados en una pastoral de la limosna y del formulario? León XIV nos invita a abandonar el miedo, a dejar la comodidad clerical, y a volver a mirar a los pequeños, a los pobres y a los que sufren. Es ahí donde Dios se hace más visible.

En un mundo cada vez más escéptico, la verdadera credibilidad de la Iglesia no se jugará en los discursos bien armados ni en los sínodos de expertos, sino en la capacidad de sus miembros para ser hogar del Espíritu en medio de la fragilidad humana.

Que este inicio de pontificado sea también el inicio de una renovación eclesial que brote desde abajo, desde la compasión, desde la presencia silenciosa en el dolor del otro. No se trata de construir más templos de concreto, sino de transformar los corazones en altares vivos. Porque si el Señor no se avergüenza de nuestra humanidad, como dijo el Papa, ¿quiénes somos nosotros para escondernos tras excusas piadosas?

Católicos en Acción: donde la fe se dice con hechos.

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