Evangelio Diario

Evangelio del 27 de mayo del 2025 según san Juan 16, 5-11

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 16, 22-34

 

En aquellos días, la plebe de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que les arrancaran y que los azotaran con varas; después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según la orden recibida, él los cogió, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies en el cepo.

A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo:

«No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí».

El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó:
«Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?»

Le contestaron:
«Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia».

Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.

A aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios.

 

Salmo de hoy

Salmo 137, 1bcd-2a. 2bc-3. 7c-8 R/. Tu derecha me salva, Señor

 

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R/.

Daré gracias a tu nombre
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 5-11

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.

Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».

 

Reflexión

“Les conviene que yo me vaya”. Así de crudo. Jesús no suaviza la despedida, no endulza el golpe. Les habla con la verdad: su partida es necesaria, porque solo así vendrá el Espíritu. No el espíritu de la comodidad ni del teatro litúrgico, sino el Espíritu de la verdad, el que denuncia al mundo y lo deja al descubierto.

El Evangelio de hoy no es para quienes buscan religiosidad de salón. Jesús habla de un Espíritu que viene a desenmascarar el pecado, la falsa justicia y el poder que se cree intocable. ¿Cómo no incomodarse con un mensaje así?

El pecado no es solo “portarse mal”. Es vivir como si Dios no importara. Es construir sistemas donde el dinero vale más que la dignidad, donde la apariencia pesa más que la compasión, donde muchos se sientan en los primeros puestos con sotana o sin ella, pero con el alma vacía.

La justicia que Jesús denuncia no es la de los tribunales, sino la justicia torcida de los que se justifican a sí mismos, de los que bendicen sus abusos con rezos, de los que caminan entre incienso pero huelen a hipocresía. Es la justicia de quienes condenaron al Justo y después siguieron dando discursos como si nada.

Y el juicio del que habla no es solo el final de los tiempos. Es el juicio que ya cae sobre el “príncipe de este mundo”, ese espíritu de soberbia que se disfraza de eficiencia, de tradición, de prestigio, incluso dentro de la Iglesia. Un juicio que se manifiesta cada vez que alguien se atreve a decir la verdad sin miedo al qué dirán.

Hoy, muchos no quieren oír del Espíritu porque el Espíritu no se deja manipular ni callar. No responde a comisiones, no busca consensos diplomáticos. El Espíritu empuja, remueve, incomoda. Por eso, los templos llenos de miedo prefieren rituales a su paso… pero no su voz.

Cristo se fue, pero nos dejó al que nadie puede encerrar en una oficina parroquial. Y ese Espíritu no vino a hacernos sentir bien: vino a revelarnos lo que aún no entendemos, a derribar mentiras bien decoradas, y a confrontarnos con lo que somos… y con lo que evitamos ser.

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