Evangelio del 31 de mayo del 2025 según san Lucas 1, 39-56

Primera lectura
Lectura carta del apóstol san Pablo a los Romanos 12, 9-16b
Hermanos:
Que vuestra caridad no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno.
Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis.
Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran.
Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde.
Salmo de hoy
Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6 R/. Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.
«Él es mi Señor y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R/.
«Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso». R/.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu Vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Reflexión
El relato de la Visitación nos muestra mucho más que un encuentro entre dos mujeres. María, joven y llena de vida, toma la decisión de ponerse en camino para compartir su alegría y servir a su prima Isabel, que espera un hijo en su vejez. Este gesto sencillo, casi cotidiano, encierra un mensaje contundente: la fe verdadera no es estática ni cómoda, sino que nos impulsa a movernos, a acercarnos al otro, a reconocer la grandeza que Dios obra en la vida de quienes nos rodean.
María llega y saluda a Isabel. En ese momento, el niño salta en el vientre de Isabel y ella, llena del Espíritu, proclama la bendición sobre María. Aquí, la humildad y la gratuidad cobran protagonismo. No hay rivalidad, ni celos, ni distancia; hay reconocimiento, admiración y gratitud. Isabel sabe ver en María la obra de Dios y la llama bienaventurada, mientras María responde con el Magníficat, alabando la misericordia divina.
La escena nos interpela hoy: ¿Sabemos nosotros alegrarnos por los dones ajenos y reconocer el paso de Dios en las vidas de quienes amamos? ¿O nos dejamos consumir por la comparación y el egoísmo? El Magníficat, en boca de María, es una invitación a la confianza, a dejar que Dios actúe, a no temer a los cambios, porque Él levanta a los humildes y sacia a los hambrientos.
María e Isabel nos enseñan el valor de la fraternidad sincera, la importancia de la solidaridad silenciosa y el coraje de celebrar la esperanza, incluso en medio de la incertidumbre. Que podamos, como ellas, abrir nuestra casa y nuestro corazón para que Dios siga obrando maravillas, no sólo en nosotros, sino también a través de nosotros, en la vida de los demás.