Iglesia entre la luz y la sombra

Acciones, no altares: ¿a quién adoramos realmente?

Llega junio, el mes del Sagrado Corazón de Jesús, y los templos se llenan de flores, luces, cintas rojas, imágenes imponentes y oraciones bellas. Pero detrás de todo ese fervor decorativo, conviene preguntarnos con seriedad:
¿para qué tanto altar si no hay voluntad de vivir con el mismo corazón que adoramos?

Muchos celebran al Corazón de Jesús con misas especiales, consagraciones comunitarias y altares adornados hasta el exceso. Pero luego, ese mismo corazón compasivo, humilde y justo… se ignora durante el resto del año.

Porque el Corazón de Cristo no se honra con incienso ni con velas, sino con gestos concretos:

  • Con un perdón que duele,

  • Con una denuncia valiente ante la injusticia,

  • Con una palabra de consuelo donde nadie más quiere hablar,

  • Con una decisión incómoda que rompe la rutina religiosa para acercarse al necesitado.

¿Qué sentido tiene rezar letanías si no se vive la entrega?
¿De qué sirve adorar su imagen si se desprecia al pobre, al migrante, al diferente?
¿Para qué encender mil velas si no somos capaces de encender una sola obra de misericordia?

Adoramos el Corazón de Jesús… pero nos cuesta imitarlo. Nos gusta la figura, no el estilo de vida. Preferimos rendirle culto a su forma y evitar comprometernos con su fondo.

Por eso, este mes debería llevarnos a menos actos de exposición y más actos de transformación. Menos altares y más coherencia. Menos solemnidad vacía y más caridad valiente.

Porque el Sagrado Corazón no necesita otro altar floral.
Necesita discípulos que vivan con un corazón semejante al suyo.
Y si eso no nos incomoda… entonces quizás ya no estamos adorando al verdadero Jesús, sino a una imagen cómoda fabricada a nuestra medida.

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