Costa Rica y su obispo decorativo

Costa Rica atraviesa una época turbulenta, donde el cinismo, la corrupción y la violencia ya no son sombras marginales, sino protagonistas diarios del escenario nacional. En medio de este panorama, cabría esperar que las voces morales —esas que antes resonaban desde los púlpitos con fuerza profética— dieran un paso al frente. Pero no. Hoy lo que tenemos es un obispo que parece más una pieza ornamental que una figura pastoral.
Silente ante los atropellos, diplomático ante la injusticia, calculador ante la decadencia social, el obispo de Costa Rica parece haber adoptado el estilo de quien no quiere incomodar ni a los poderosos ni a los indiferentes. Su rol se ha reducido a actos protocolares, bendiciones sin compromiso y comunicados tan suaves como el terciopelo de una cortina vieja.
Mientras las familias lloran a sus muertos por la criminalidad desbordada, mientras las estructuras del Estado se pudren por dentro, mientras los jóvenes se pierden en una sociedad sin referentes sólidos… ¿Dónde está el obispo? ¿Celebrando misas privadas con coros angelicales y olor a incienso importado? ¿Firmando cartas abiertas que no molestan ni al más mediocre de los diputados?
Y por si fuera poco, en los consejos pastorales y reuniones diocesanas, el tema que roba titulares no es el hambre de justicia, ni el clamor por la paz, ni el dolor de los más vulnerables. No. El punto central es cómo mejorar la recolección de la segunda limosna, porque la crisis ciudadana también ha hecho mella en los ingresos de la Iglesia. Al parecer, el Reino de los Cielos ahora también requiere de estrategias de marketing y segmentación económica.
La Iglesia no necesita un gestor de eventos litúrgicos ni un relacionista público con sotana. Necesita un pastor con voz, con criterio, con el valor de incomodar a los que lucran con la miseria del pueblo. ¿No fue esa, acaso, la actitud de Jesús frente a los fariseos y los mercaderes del templo?
Pero aquí seguimos, con un obispo de utilería, bien vestido, cuidadosamente neutro, que brilla por su ausencia cuando el país más necesita una palabra valiente. Un obispo que, si no estuviera, nadie notaría la diferencia.
Y entonces uno se pregunta: si la sal pierde su sabor, ¿para qué sirve?