El poder que mata: una revisión evangélica

El poder no es malo en sí. Jesús mismo habló con autoridad, sanó con autoridad, venció con autoridad. Pero lo que el Evangelio condena es el abuso del poder: cuando se usa para callar, para matar, para dividir.
Herodes mató por miedo. Pilato lavó sus manos por cobardía. Los fariseos planearon la muerte por envidia. Hoy no usamos las mismas túnicas, pero repetimos sus actos.
El que ordena una guerra injusta, el que esconde armas en contenedores, el que promueve violencia desde el poder, repite el pecado de Caín.
¿Qué haría Cristo hoy? Denunciaría. Haría visible al invisible. Y nos recordaría que “el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”.
El Evangelio no necesita alianzas con el poder. Necesita testigos valientes.