Evangelio del 24 de junio del 2025 según san Lucas 1, 57-66. 80

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 49, 1-6
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
En realidad el Señor, defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Salmo de hoy
Salmo 138, 1-3. 13-14. 15 R/. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.
Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R/.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras. R/.
Mi alma lo reconoce agradecida,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R/.
Segunda lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 22-26
En aquellos días, dijo Pablo:
«Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegará Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía:”Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies”.
Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a vosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación».
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre» Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.
Reflexión
El Evangelio hoy nos presenta un episodio fascinante: el nacimiento de Juan, rodeado de vecinos y familiares convertidos en auténticos opinólogos profesionales. ¿Les suena familiar? Una sociedad entera convencida de saber mejor que los propios padres qué nombre debía llevar el niño, porque así se había hecho siempre. No faltan hoy tampoco quienes creen tener autoridad divina para decidir cómo deben vivir, pensar y hasta llamarse los demás.
La figura de Isabel alza la voz, rompe moldes y enfrenta con decisión la presión social: «¡No! Se va a llamar Juan». En otras palabras, Isabel desmonta la tradición y manda un mensaje contundente: el plan de Dios no siempre coincide con las expectativas humanas, especialmente con aquellas arraigadas en costumbres y caprichos familiares.
Zacarías, finalmente recuperado del mutismo impuesto por su duda anterior, escribe sin rodeos: «Juan es su nombre». Y aquí aparece una paradoja notable: el sacerdote enmudecido recupera la voz precisamente cuando acepta que Dios actúa de maneras inesperadas, que no se ajustan a las tradiciones que él mismo defendía.
¿Cuántos “Zacarías” de hoy necesitan quedar mudos temporalmente para aprender a respetar el proyecto que Dios tiene para otros? Quizás, después del silencio, puedan comprender que las decisiones personales no requieren la aprobación ni el permiso de multitudes curiosas o familiares insistentes.
Así, con algo de ironía, Lucas nos deja una lección clara: menos imposición y más respeto. Menos tradición vacía y más apertura a las sorpresas de Dios. Porque, a fin de cuentas, los planes divinos tienen la maravillosa costumbre de no pedir permiso a nadie, y mucho menos, a quienes viven obsesionados con controlar el nombre, la vida o la fe de los demás.